domingo, 30 de mayo de 2010

Mi primer triatlón olímpico

La imaginación debe ser una de las armas más poderosas del ser humano. No sé si además, es algo que nos distingue del resto de animales. Luego, alguien formuló la frase: "Si puedes imaginarlo, puedes hacerlo"

Pues yo un día imaginé, pensé o soñé que podría hacer un triatlón olímpico. Sin embargo, la realidad es caprichosa a la hora de dar vida a nuestros sueños. Vamos, que ni de coña me habría pensado que esto iba a ser así.

En febrero me fui a Sevilla con ganas de quitarme una espinita en la maratón, y todo fue de maravilla. En la llegada me dieron publicidad del primer triatlón olímpico de Sevilla. Me pareció una señal.

Por no aburrir mucho con la previa, digamos que he nadado un día por semana, corrido dos y salido uno en bicicleta desde aquella prueba hasta esta. Nada del otro mundo (aunque para los runners yo siempre estoy sobre entrenado), pero me parecía suficiente para terminar. Mis temores venían sobre todo por el calor y por no haber rodado más que dos veces en bici de carretera este año. Ambas sólo unos días antes de la prueba.

Volviendo a la imaginación, yo gratuitamente, me había imaginado luchando en un bonito sprint por parar el reloj en las 3 horas. Que iluso.

Como no era mi primer triatlón (sino el segundo) y con varios duatlones más de experiencia, todo el tema de mentalización para transiciones y demás creía llevarlo bien en la cabeza. Llevo la cinta del pulsómetro bajo el mono y el Forerunner se queda encendido y con el recorrido arrancado para bici.

Sin mayores historias me veo descalzo, camino de la salida de natación que se haría dentro del agua. Primer despiste, llevo puesto el dorsal con la gomita que me acabo de probar para ver si entra bien por la cabeza. No pasa nada vuelvo, lo dejo y confirmo la referencia para encontrar la bici, aunque ya sé que habrá poquitas cuando salga.

La salida fue un pequeño carajal. Un pelotón de escapados que se puso a nadar antes de tiempo. Los hacen volver, algunos tiritan en el agua, la gente que no hace caso al speaker... al final arrancamos.

Tomo el primer giro bien y empiezo el primero de los tres tramos largos. Justo cuando me permito pensar que estoy tranquilo y en buena línea me aproximo demasiado a otro nadador y su golpe impacta en mis gafas. No las pierdo, sólo se me mueven y me entra agua. El incidente me desestabiliza durante unos minutos, pero al final me acostumbro. El agua tiene cambios de temperatura bruscos que me hacen sentir incómodo. Salvo eso y las "eses" que presiento que voy haciendo, todo va bien. Salgo titubeante del agua, medio mareado, veo pocos, muy pocos nadadores detrás de mí, pero no me preocupa. A por la bici.

Sin duda influido por los duatlones de montaña que he hecho, no hay otra explicación, me he traído los guantes. Intento durante unos segundos ponérmelos, pero entre el cansancio y las manos mojadas no hay manera. En un momento de lucidez decido desistir y los meto en los bolsillos del mono. Problema resuelto. Empiezo a pedalear y nada más llegar al circuito, en una rotonda que se tomaba contrasentido, a punto estoy de ser arrollado por un pelotón que ya lleva una vuelta en bici. Los gritos de guardias de tráfico y organización al final surten efecto y así se salva el incidente.

Me veo bien en la bici. Cuando llevo un rato tomo una decisión que marcaría el desarrollo del segmento para mí: cojo rueda de dos o tres triatletas que me sacan una vuelta de ventaja. Me siento mal chupando rueda, intento dar algún relevo pero no tengo fuerzas para eso. Al final chupo rueda sin más (gracias, dorsal 251). Sé que voy por encima de mis posibilidades, me lo dice el pulsómetro, pero estoy disfrutando y ando convencido de que los 30ºC me van a hundir en la carrera a pie igualmente. Así que… que me quiten lo bailao. Cuando nos doblan los más máquinas tengo que esprintar para que no me deje mi liebre. Llegamos a ir a 34 km/h en tramos con brisa de cara. La leche.

Sólo soy consciente de ver a mi familia dos veces. El ritmo de la bici, el riesgo de una caída en los giros me tiene absorto.

Tuve dos percances. El primero es que de los dos bidones que llevaba, pierdo el primero en las segunda vuelta (creo). El segundo es que en la segunda o tercera vuelta se me desajusta el cambio de piñones y cada tres o cuatro pedaladas aquello salta. Tampoco me agobio en exceso.

Finalmente, mi liebre me deja. Miro el Fore y llevo, unos 27 kms. En ese momento ya empiezo a mosquearme. De alguna forma me doy cuenta de que contar las vueltas en el tramo ciclista no ha sido un propósito en mi cabeza. Para qué, llevo el Fore. No le doy muchas más vueltas y sigo. El drama se acerca.

No sé si por el mareo del agua, el esfuerzo extra o simplemente por falta de mentalización en un momento dado llego a la rotonda en la que casi me atropellan y en la organización dicen: "Derecha olímpicos, izquierda sprint". El fore marca 35 km. Tiro para la izquierda. Ralentizo. ¿Yo he dado ya 4 vueltas? No estoy seguro. Si es que sí, me jode que sean sólo 35 km. Si es que no, me juego una descalificación. Miro la hora: 17:45h. No puede ser que ya haya acabado Resultado: sigo.

Según sigo, cada vez estoy más convencido de que me he colado. Pero ya no hay marcha atrás. A lo hecho pecho. Eso sí, ahora me acuerdo de aquel bidón de líquido perdido. Creo que por ahí me tomo un gel que llevaba.

¿Os ha gustado el incidente? Pues no es lo mejor. Ahora estoy acabando mi quinta vuelta, chupo rueda de una triatleta sprint (en ese momento cuidar mi orgullo era algo que no entraba en mis planes). De pronto, confundido llego a la conclusión de que... ¡ estoy dando la sexta vuelta! Me he pasado la salida del circuito. Seré… ! Ahora sí, doy media vuelta. La organización me avisa, los guardias me avisan, el viento de cara... sigo, sigo y,... me convenzo de que he alucinado. No me la había pasado.

Ese fue el único instante que pensé: al carajo, tiro la bici. Me duró un segundo. Media vuelta. Otra vez en el sentido de la prueba. La sed no era tan mala como el sentimiento de hacer el gilipollas que tenía al ver de nuevo a los guardias y a los voluntarios que me habían prevenido. Cómo todo llega en esta vida, la salida llegó también. El Fore marca 50 km. Si el circuito está bien medido, seguro que he hecho más.

Transición a correr. Tirón en el muslo al ponerme la zapatilla (el único que tuve). Y a trotar.

Maldigo la pérdida del bidón y a la organización por no tener un avituallamiento cerca. El calor es sofocante. El cuerpo no va. Trato de hacer WalkBreaks, me bebo dos vasos de aquarius de golpe. Esto no hay quién lo arregle. Total, no me voy a preocupar ahora por la marca. Me pongo a andar. Sólo a ratos intento correr. Veo a mi familia. Noto a Mª Jesús preocupada: "he tendido un problema con la bici". "¿Has dado una vuelta de más? me pregunta". Le levanto el pulgar y vuelvo a trotar. Más que nada para que se animen. Al poco sigo andando.

En un tramito, el público me anima y se me erizan los pelos. Los triatletas de otras distancias me animan sin cesar. Uno incluso me ofrece comida, una galleta. Todo eso me hace sentir bien. Pero la deshidratación no perdona.

Ya estoy llegando. Puede que sean los peores 10 km en carrera de mi vida, sólo equiparables a los de mi primer maratón. Allí conseguir hacer como que corría en el último km. Aquí no sería menos. Las piernas responden, el organismo es el que no va. Faltan 50 mts y se me pone en paralelo un triatleta de otra distancia. Decido esprintar sólo por si me hacen una foto, al menos que se me vea. Saco fuerzas de flaqueza y cuando veo que empieza a ceder (él también esprinta) veo a mi hijo Dani que corre a mi lado. Me alegro un montón de que esté allí. Le digo "corre, corre" y acelera tanto que casi me cuesta seguirle. Entrar los dos así en la meta, cómo dice Mastercard, no tiene precio.

Ya se lo he dicho a mi mujer: De estas historias, me tomo un año sabático. Palizas sólo en bici y con los amigos.

Mi objetivo este año va a ser otro.